Época: Barroco13
Inicio: Año 1600
Fin: Año 1700

Antecedente:
Un estilo para una escuela: Martínez Montañés

(C) Trinidad de Antonio



Comentario

En la segunda mitad del siglo, el recuerdo de Montañés, la influencia de Cano y la actividad de José de Arce, impulsaron la evolución de la plástica sevillana hacia un renovado lenguaje, más dinámico y expresivo, en el que paulatinamente se impusieron las composiciones abiertas y asimétricas.El flamenco José de Arce (muerto en 1666) -su apellido es una castellanización de Aertz- se estableció en Sevilla hacia 1637, año en el que contrató el retablo mayor de la Cartuja de Jerez, del que sólo se conserva el Apostolado. Su estilo, formado probablemente en el conocimiento de la obra de Rubens y de la escultura italiana, introdujo en la ciudad hispalense el barroco europeo, iniciando el gusto por el movimiento y la concepción aparatosa que imperarán en esta escuela a finales del siglo. A él se debe la terminación del retablo de San Miguel de Jerez (1641), labor que le traspasó Montañés, y las ocho monumentales estatuas de piedra de la iglesia sevillana del Sagrario, que representan a los Evangelistas y a los Padres de la Iglesia (1657.Quien recibió con mayor intensidad el influjo de Arce fue Pedro Roldán (1624-1699), artista que alcanzó gran prestigio a partir de los años sesenta gracias a la calidad y abundancia de su producción, integrada por obras retablísticas e imaginería decorativa y procesional.En 1666 realizó uno de sus trabajos más significativos: el gran relieve de la Piedad, para el retablo de la capilla de los Vizcaínos del desaparecido convento de San Francisco, hoy en la iglesia del Sagrario de la catedral sevillana. El carácter monumental de la composición se adecua perfectamente al hacer de Roldán, que gusta de escenas movidas, enfáticas y expresivas.Pero sin duda su obra maestra es el retablo del Hospital de la Caridad de Sevilla, que contrató en 1670 con Bernardo Simón de Pineda, autor de la arquitectura, siendo policromado en 1673 por Valdés Leal. Dinámicas columnas salomónicas flanquean el grupo del Santo Entierro que protagoniza el conjunto, en el que se armonizan con total perfección arquitectura y escultura. La riqueza ornamental y la luminosidad de los dorados crean un fastuoso marco para la escena principal, tratada con extraordinario realismo y fuerza expresiva. El tema se incluye en el programa iconográfico que rige la decoración de la iglesia, basado en el pensamiento religioso de don Miguel de Mañara, Hermano Mayor de la Caridad.En él se advierte que la llegada de la muerte dejará sin valor las glorias y placeres terrenales (a través de Los Jeroglíficos de las Postrimerías pintados por Valdés Leal), y que el único camino para obtener la salvación es la práctica de las obras de misericordia (representadas en varios lienzos por Murillo). Una de ellas, enterrar a los muertos, es la que aparece en el centro del retablo, en acción dedicada a Cristo.Pedro Roldán formó en su taller a numerosos discípulos que prolongaron su estilo en el siglo XVII. Entre ellos figuraban algunos de sus hijos, aunque sólo su hija Luisa Roldán, la Roldana (1654-1704), llegó a ocupar un puesto significativo en el mundo de la escultura. Educada con su padre, realizó numerosos trabajos de imaginería, aunque su mayor aportación son sus obras de barro cocido y policromado, de pequeño tamaño, destinadas al culto privado y al de los conventos. En ellas representa temas religiosos interpretados con gran ternura y delicadeza, en escenas llenas de exquisita gracia que recuerdan el arte de Murillo. Presentan también un interés por lo anecdótico que les confiere un aire profano que, junto a su suave refinamiento, anuncia ya las cualidades del Rococó (Desposorios místicos de Santa Catalina, Hispanic Society de Nueva York; Descanso en la Huida a Egipto, colección de Condesa de Ruiseñada; Virgen bordando, colección Marqués de Perinat; Natividad, colección Marqués de Moret).Hacia 1689 la Roldana se trasladó a la corte, donde recibió en 1692 el título de escultora de cámara de Carlos II. Ese mismo año hizo por encargo real el San Miguel del monasterio de El Escorial, de madera policromada, en el que puede apreciarse su dominio de esta técnica. La imagen, concebida con gran dinamismo, es característica del estilo final de la centuria.Uno de los últimos ejemplos del barroquismo sevillano del XVII es el expresivo Cristo de la Expiración, conocido popularmente como El Cachorro (capilla del Patrocinio, Sevilla). Fue realizado por Francisco Antonio Gijón (h. 1653-h. 1694), escultor de obra poco conocida, pero de indudables dotes, como lo demuestra en esta patética imagen, en la que potencia los efectos barrocos mediante el tratamiento de la anatomía y la agitada interpretación del paño de pureza.